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La mejor manera de amar a México es despreciarlo profundamente. No solo atribuimos la causa de nuestras desgracias a la intromisión de la nación del norte en nuestro ser histórico nacional, sino que los héroes, caudillos y mártires de la historiografía liberal que se erigen en nuestros pedestales contribuyeron a un país desarraigado de los pilares en los que se sustenta su supervivencia y, por tanto, en plena discontinuidad con la gloriosa tradición grecolatina que se asentó en nuestro pasado imperial e hispánico, y que constituye el verdadero corazón de nuestra identidad. Defender a México es defender nuestra herencia cultural indohispana como referente de nuestra otredad frente a una nación que pretendió modificar la naturaleza de nuestro pueblo (y en cierto modo, lo ha logrado). La historia de México como nación independiente ha sido marcada por fracasos, divisiones y políticos que trataron de satisfacer intereses personales por encima de los intereses de la nación, lo que ha corrompido la independencia política del país.
A pesar de la tragedia que invade nuestro ser nacional, despreciar a México por lo que es, y no por lo que debería ser, debería ser nuestra consigna. Estados Unidos es un pueblo completamente adverso a nuestro pueblo, y como tal, los principios que nutrieron a nuestra nación se colocan en posición enemiga de aquellos principios que dieron vida, fuerza y crecimiento a la nación estadounidense. No hay nada más enajenante que renegar de tu nación. Amar a México con voluntad de perfección es el único camino admisible.