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Su viaje en tren siempre se veía opacado por su mala condición física. Sin la constitución necesaria para mantenerse fija y firme en un solo lugar, así sus manos temblorosas se sostuviesen por una de las barras con decisión y firmeza, el movimiento hacía que su cuerpo bailase de un lugar hacia otro con una intensidad cercana a la de múltiples caídas; dos, quizás tres por viaje y mínimo, una inevitable por semana, ya que sus pies apenas se mantenían en postura para aguantar su cuerpo entero y sus zapatos viejos y gastados se daban a merced de ese suelo resbaladizo. No la ayudaba la densidad de gente que entraba y salía, colapsando ese espacio ya compacto y reducido y creando movimientos bruscos en la masa de gente, similar a un oleaje que violentamente ondeaba de izquierda a derecha hasta romperse y calmarse nuevamente. El ciclo era diario. Una batalla entre su cuerpo y esa máquina, que luego pasaba a ser una lata de sardinas hasta encontrar un asiento duro e incómodo. Bajarse poco después. Quizás llegue a tiempo. Espera hacerlo. En realidad, no lo hace. Pero le gustaría...
Su imaginación vuela durante el trayecto. Miles de personas se aglomeran en un pequeño y cerrado rectángulo metálico en movimiento, transportadas en masa a un punto en común. Por momentos, el rectángulo se vuelve apretado, cada vez más estrecho y angosto obstaculizando su mover. Suena al clímax de una historia, o, a una máquina de tortura.
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¿Qué ciencia ficción mórbida podría acaso ser esta? ¡No es lo que deseo hacer...!"
Como el tren sobre las vías, su imaginación no se detiene, a veces, de maneras complicadas y que escapan a su control. Pero el sonido que produce el encuentro entre los rieles y el vagón llama al sentimiento dulce de lo cotidiano.
Un día corriente para todos. El tren, cargado con miles de personas que entran y salen. Cada una, concentrada en lo suyo, en sus propias conversaciones diarias y con sus propias historias de vida y pasares cotidianos. Uniformes distintos, pares lejanos de los que ella sabía, pero que a ella desconocían. Un momento estaban allí. Al otro, ya no.
Muchas vidas e historias se entrecruzaban en ese lugar, que también formaba un escenario de su cotidianidad. La imagen de personas desconocidas entrando y saliendo a continuar haciendo sus vidas, normales y pacíficas; desconocidas, pero existentes tomaba color en su mente. Formaba una escena bellísima. Un breve ensueño sobre la realidad más tangible y un pequeño retrato del presente. Su propia escena pintó en su rostro una cálida sonrisa. Y así, buscando un lugar cómodo, decidió cederse al tiempo graficando entre paneles la imagen que su sensibilidad acababa de tejer. Dejó de molestarse por llegar tarde, pues lo haría de todos modos, decidió vivir el momento. El momento en que decidió rendirse al reloj acabó en pasarse una estación sin darse cuenta alguna, un clavo en el ataúd para su asistencia.
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Pues, parece de muy mal agüero..." remarcó para ella misma a la vista de una furgoneta de color sospechoso en la entrada de la escuela. Tampoco era un buen augurio que coincidiese con el día más atareado. Todo parecía indicar dos cosas: muchísimo trabajo, y un día con la gente más alborotada de lo normal. No tenía buena pinta en absoluto.
Por simple curiosidad, intentó acercarse al sector de prensa. Se esmeró en que no se notase su presencia en vano, pues de todas formas, nadie se dio cuenta de que si quiera pasaba por allí. Es posible que no haya ingresado en el campo de visión de la reportera tampoco.
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¿Primer ministro? Son cosas de adultos, supongo... Espero no llegar tarde al trabajo. Quizás el señor primer ministro me perdone por llegar tarde al trabajo." -- dialogó con ella misma ignorando totalmente que llegaba tarde también a clases.
A sus ojos, el primer ministro representaba una figura de poder remota y completamente inaccesible; distante y totalmente fuera de su liga. Quizás, sólo quizás, pensó que a lo mejor ni debería molestarse. ¿Qué podría interesarle a un primer ministro en una academia de semejante prestigio sobre la empleada de un
konbini si, ahora es en un konbini?
Mejor, sólo ayudar en lo que fuese posible. El festival parecía mucho más a su alcance a pesar de ser un lienzo totalmente en blanco, así que se dirigió hacia su aula. Tenía muchas cosas que hacer, pero la gente solía empeñarse mucho en estas cosas; o eso creía. No hablaba con nadie después de todo. Con suerte, acabaría rápido.
El paisaje era usual. El primero en recibirla, sin saludos, como era frecuente, era un perfil un tanto indeseable que había llegado a tolerar con el tiempo gracias a su inmunidad a los perfiles mujeriegos y a su ausencia constante a los eventos de su entorno.
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¿K-koji-san...? --sus ojos clavados sobre la persona que nombra, haciendo caso omiso a Lucho. -
'Fantasmas y esas cosas, quizás sólo tuvo un mal sueño...
Lo que decía no tenía sentido. La situación era incómoda.
Finalmente, llega la reprimenda de Valeria, una compañera de curso con una altivez muy característica de sí. No se involucraban mucho mutuamente; ni tampoco le molestaba, sus actitudes eran parte de su "encanto" y unas otras cuantas ideas enredadas que se le ocurrían al respecto.
Intentó cortar de raíz la posible reprimenda compensándolo con sus actos.
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Se trata sobre comida, donde hay comida suelen haber camareras. A la gente le gustan mucho las camareras moe y ese tipo de cosas..."
Entremezclándose con su terminología
akiba, pensó en una salida rápida. Rebusco dentro de su bolso durante unos segundos como si conociese con certera exactitud sus contenidos y estirando sus brazos con entusiasmo, entregó una hoja de papel. Un dibujo. Uno que consideró que encontraba las características necesarias.
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¡Sumi-masén! -exclamó junto con una acentuada reverencia
Había ignorado todo lo dicho luego, con su disculpa tapando las noticias que se le habían dado, pero tras unos segundos, la procesó en su cabeza, preludiando un prolongado monólogo interno.
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¿Eh? ¿Demoler?"
"''No nos veremos si no es por la escuela... Entonces... ¿Esta es mi graduación? ¿Una demolición...?'"
Una canción famosa y vintage sobre las graduaciones escolares comenzaba a sonar en su cabeza.
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Eehh, pero... ¿qué pasará con mis horarios? ¡No quiero desorganizar mi agenda de nuevo! ¿¡Qué será de mí...!? ¿Cómo explicaré que me gradué tiempo antes porque mi escuela ya no existe?"
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Sin poder contenerlo más, rompió con su no muy hábil acto.
-¿Y qué pasará luego? ¿¡Qué pasará!? Es... Importante. --en su voz, se notaban la prisa y el desconcierto.
Lo mismo si el turno es un poco vacío, tuve que re-arrangearlo de memoria, quizás algunas cosas pierdan sentido.