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>Ricky Bukowski
Me resfríe de mi primer trauma durante un viaje a la juguetería, justo el día en que vi la cosa más hermosa en todo el mundo. Esos resfriados son especiales, en vez de dejarte pegajosa la nariz y llenarte los pulmones de flema, te dejan mucoso el corazón, la mente, y hasta el espacio bajo la piel. ¿Y qué si no te rascas? ¿Y qué si pasan diez, o veinte años? Lo olvidas, lo superas, claro que sí, y entonces sale su mano mohosa del baúl y te atrapa la garganta, junto con la sensación de una capa mugrienta y verde arrastrándose bajo la dermis y la epidermis.
En esa época pegaban duro las figuritas de Caporal. Algo sobre un empujón por una nueva caricatura que “Reinventaban la leyenda”, o así lo escupía la voz de la tele, antes de pasar a un comercial con un actor real haciendo de Caporal para advertimos lo mal que está consumir drogas. Meterse drogas está feo, si te metes drogas te quemas en el infierno. Gracias a él me enteré que existía crack y la marihuana. Más que eso no sé, nunca vi la serie, tampoco las viejas películas ni los documentales, esos que estaban en blanco y negro
Aquí meto historia de The Boys porque como dijiste que tu rol era una mezcla. Aunque en cualquier caso puedes cambiar a Caporal por otro héroe de tu canon. En la mañana papá salía a trabajar en su camión de leche y mamá se ponía a anotar las recetas de cada programa de cocina que trasmitían. Yo me la pasaba metido en mi cuarto jugando con legos, y cuando me aburría de los legos salía a mecerme en el columpio que hizo papá con una llanta que era más grande que yo. A veces la vecinita me veía desde su patio balanceándome, y se asomaba sobre su cerca para hablar. Era una niña preciosa, muy blanca, de ojos azules (Como los míos) y cabello tan negro que brillaba, siempre llevaba lazos blancos en un par de coletas, y un vestidito también blanco que le llegaba hasta las rodillas y lo recuerdo bien porque también lo usaba los domingos en la iglesia, durante el catecismo. Recuerdo que una vez me preguntó si quería verle el coño, y yo le dije que sí, y entonces ella pasó la cerca a mi lado, primero una pierna, luego la otra, aterrizó en el césped, y se levantó la falda…
No supe qué pensar. Le pregunté si podía tocarlo, ella asintió, me acerqué, pero se asustó y se devolvió por donde vino. Me enseñó el coño otras veces, pensé que esa era la forma en que las niñas mostraban confianza, un incomprensible ritual femenino donde desfilaban en círculo todas con las faldas en alza… Seguí imaginando eso incluso después de que se mudó, al menos por unos años. Pero el caso, Caporal andaba pegando duro en la tele y en el cole, y eso que llevaba como una década muerto el cabrón.
Un carro con puertas que se abrían como alas de murciélago, y disparaba misiles. Otro que era una catapulta que cargabas con dinamitas de plásticos para lanzarla sobre las fortalezas enemigas. Los muñecos de Caporal eran sólidos, podrías romperle la cabeza a alguien con uno… Los de sus enemigos, nazis, comunistas, narcos, estaban hechos para despedazarse a placer, y volverse a armar para despedazarse de nuevo con los cientos de artilugios y herramientas destinados para el héroe, todos vendidos por separado. Sentía especial empatía por el Mecha-Hitler, no porque crea en una raza superior ni en las tonterías que predicaba, sino porque mi mitad de ascendencia alemana me llevaba a la empatía. Devolví al del bigote gracioso al estante y seguí buscando mi regalo de cumpleaños, alejándome de mamá y papá y de sus discusiones de que todo estaba demasiado caro. Los demás niños pasaban a mi lado llevando cajas coloridas y relucientes que guardaban monigotes con capa. Pensé en agarrar uno como los de ellos, y así poder jugar todos juntos por el vecindario, pero entonces la vi…
No estaba en la sesión donde me dejaron, sino en otro pasillo, uno dibujado en tonalidades pastel, pero incluso en todo ese ambiente edulcorado ella sobresalía. Tenía los ojos iguales a mí, y el pelo rubio también, más largo, más elegante, más bonito, su vestido ancho, escachado, vaporoso, la hacía lucir celestial. Tomé la caja y sé que sonreír, vi mis hoyuelos reflejados en el plástico de la cubierta. No hay duda que la quería, sería mi regalo de cumpleaños, corrí para decírselo a mis padres, pero él ya estaba detrás de mí.
Recuerdo su frente fruncida, sus cejas severas, sus fosas nasales abiertas, sus dientes apretados, era más una cara furiosa que una persona. Su castigo dolió, tanto que creí que iba a morir, y todos me miraban mientras aguantaba y lloraba. No pude permanecer sentado recto en el coche, la piel de mis nalgas echaba sangre y dejaba una mancha que daba la sensación de que me había cagado encima. Al mirar el tránsito por la ventanilla, tragándome el llanto, quise morir de verdad.
…
>Cassiopeia
Cadena en mano, perro en cadena, celular entre tetas, y audífonos en orejas, la rosada sale de casa al ritmo de su lista de clásicos. Los ama desde que iba a la universidad.
Blondie Heart Of Glass
El sol brilla. La brisa refresca. La grama reluce. Sonrisas babea. Es como si el mundo conspirase para entregarle el comienzo de día más ideal. Cassiopeia solo lleva un año viviendo en esa calle, pero por su actitud relajada se puede intuir que ya se acostumbró.
“Buenos días, dulzura” Saluda a Susie con una sonrisa en la que enseña los dientes, y se quita un auricular para oír mejor. Susie podrá ser rara, pero es una niña muy educada y eso lo aprecia. Cabe señalar que el deseo de Cassiopeia por oler rico la hace expulsar constantemente una feromona que produce un cosquilleo dulce y seductor en la nariz, por lo tanto si lo que Susie gusta son los vapores de ultratumba, podría verse repelida. “¿Cadáveres? No, bebé. A mí me interesan los vivos. Pero si te da miedo, claro, te acompañaré a ver”
Se acerca a los seis caídos con cuidado de no pisar la sangre. Reconoce a unos cuantos.
“¿Ese es Jimmy…? Pobre… Su mamá quedará destrozada… ¡Sonrisas, no! ¡Chico malo!” Regaña al can porque reconoce en su andar tan pancho el deseo de arrancar un pedacito de algún malandrín como aperitivo. Sonrisas retrocede con las orejas caídas… Acuesta su rechoncho cuerpo en la acera, hunde el hocico entre sus patitas delanteras, y sube los ojos azules devolviendo a su dueña una carita de pena. Pero Cassiopeia no cede en su decisión, Susie anda mirando, y estaría mal que la gente sepa que Sonrisas está acostumbrada a masticar fiambres. Por ahora seguro hay varios que lo sospechan por sus pintas agresivas, pero son solo rumores de vieja de vecindad.
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