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No podemos detenernos nunca, porque la aventura no nos espera. Ella siempre se está moviendo y así mismo tenemos que permanecer nosotros en constante movimiento — digo a grandes voces, surcando los aires en vez de los mares junto a mi leal tripulación y las aves salvajes que decidieron unirse a nuestro grupo a media mar —.
La aventura real está allá afuera. No aquí, siempre allá. No nos detendremos hasta que nuestros corazones lo hagan, como hacen los tiburones. El día en que dejemos de movernos nuestros corazones dejarán de latir. ¡La llama que arde en ellos solo el frío abrazo de la muerte la podrá extinguir! ¿Entendieron? — le pregunto a mis amigas las palomas, siempre es un deleite conversar con ellas.
Entre estos coloquios, avistamos tierra y bajamos la altitud para acercarnos. No está mal, mis camaradas necesitan comida y reposo y las cuerdas me lastiman las articulaciones cuando paso muchas noches sin tocar piso. Pero antes de que hagamos una u otra de esas cosas, un adulto corre tras nos gritando preguntas de gente grande tipo "a donde voy", "qué estoy haciendo" y "¿por qué existo?".
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Jajaja. No tengo idea. Ni sé quienes son los Claws. ¿¡Piratas!? Son piratas, ¿verdad? Qué interesante...
Donde hay piratas hay saqueos, y donde hay saqueos hay oportunidades. Nadie se entera cuando hago desaparecer algunas cosas valiosas en un sitio donde ya arrasan los magos callejeros. Desaparezco algunos doblones detrás de mi oreja, hago mi acto de levitación y desaparezco entre polvos mágicos antes de que la marina atrape a los maleantes y devuelvan algunos de los bienes. ¿Quién va a saber que me llevé algo yo? Es más probable que culpen a la misma marina o a algún pirata que se les escurriera entre los dedos de quedarse con parte del botín. También se pierden muchas cosas bajo el mar.
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Oh. ¿Me va a dar algo?
Desato algunas cuerdas para bajar al nivel del piso y recibir de buena gana lo que me ofrezca. Si es gratis y no me lo tengo que comer ha de ser seguro, en caso de que no, lo vendo antes de que me dañe a mí.
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Uu~ Brilla. ¿Qué es? — pregunto y le doy unas vueltas a la cosa brillante. A mis ojos no es más que una canica muy bonita, a los de un comprador puede ser el último huevo de una especie extinta de dragón marino o una cuenta del collar de una antigüa dragona celestial, si la lengua me da para pintarlo como tal —.
¿De parte de quién se lo doy? — pregunto por el nombre del señor, todos tenemos uno.
Termino de desatarme de mi tripulación y toco tierra. Yo no peso más que una hoja, pero las de mis navajas además tienen mangos, y no muy sabrosos. Las palomas deben cansarse de cargar con ellas, además no son del tipo que puedo darles de comer, solo les doy de tragar acero a los que me molestan demasiado.
La mayoría de las palomas vuelan libres por donde quieren en busca de alimento, algunas se posan a descansar por aquí mismo y una sola se posa sobre mi hombro, la siempre leal Palomares, que me acompaña sin miedo a donde sea que vaya. Si el viejo no me sigue me despido de él, si no lo hace me dirijo a ese lugar al que él no quiere ir hasta que lo haga. Qué patéticos son algunos adultos. ¿Lo normal no es correr hacia el edificio en llamas para salvar a la gente que pide ayuda?
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Tranquila, solo vamos a darle una miradita, si no nos gusta nos marchamos. — Calmo con estas palabras a mi compañera a medida que avanzamos.
Orfanatos. No son sitios muy divertidos, nunca me quedo por más de dos semanas en ellos. Los otros niños dejan de impresionarse bastante rápido con los mismos trucos de volar, malabarear cuchillos, atinarle a las manzanas sobre sus cabezas y adiestrar palomas. La comida también es pésima, aunque sea gratis.
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¿Si salvamos a todos crees que nos recompensen con la llave de la ciudad y mucho dinero? Así no tendríamos que robar nada. — Platico con Palomares en lo que camino lento hacia los llantos, balanceando la canica en mi nariz como uno de esos animales de mar tan talentosos —.
Por supuesto, aquí las tienes. — Paso las tres dagas de mis bolsillos a las patas y el pico de Palomares, debemos estar preparados para la primera señal de peligro —.
A todo esto, ¿quién es Clavia? ¿Una vieja ermitaña que vive del otro lado de la ciudad? ¿La hija del alcalde? ¿Cómo se ve y cómo la encuentramos? Debimos preguntarle estas cosas al viejo. — Subo y bajo los hombros. Con solo saber esas dos cosas me basta para enviar a Palomares por los cielos a buscarla desde arriba con su vista de Águila —.
Bueno, ya qué. Habrá que averiguarlo de la manera tradicional, preguntando a todos con los que nos crucemos.
Empezamos a buscar en la primera casa con una puerta mal cerrada o una ventana no muy bien asegurada. En el peor de los casos unas de las tantas agujas con las que pelea Palomares pueden usarse como ganzúas. Hay que llenarse el estómago y los bolsillos antes de aventurar por ahí.
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Hay que tocar primero, para saber si hay gente adentro. — Es bastante bochornoso escabullirse adentro de una propiedad y que te atrapen in fraganti, no voy a volver a pasar por ese bochorno.