Descubrimos que hay un Dios.
Y es un grupo de escritores de Rol.
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Muy de vez en cuando Dios se levanta de malas, se sienta en su basto trono y le hecha un ojo a un mundo virgen e inocuo. El viejo escritor negocia con el cansado narrador, los dos llegan a un referéndum donde dios ocupa una cáscara tridimensional a la que llamar cuerpo. Dios vive las infinitas posibilidades de lo que fue y lo que no fue desde la limitada visión de su avatar.
Creacionismo indeterminado, acasual, de un eje omnidireccional.
Los cascarones de los dioses pasaron por multitud de rostros y orígenes, por cientos de miles de octogillones de >nombres, >historias, >edades, >sexo. Unos más prodigiosos, unos más felices, unos más longevos, otros más precoces.
De la infinitesimal baraja del aburrido Dios, siempre coincidían en algo todos y cada uno de sus avatares: Un final abrupto. Con los siglos fue más notorio el mal que ganaba forma, reptando y alimentándose de las sobras, ganando tamaño devorando historia tras historia.
Huecos en el guión, quemados clichés, un antagonista todopoderoso, generos realacionados a la WW2 o medfan, una conclusion incompleta. Elementos que alguna vez sirvieron de cuna a la criatura que oteaba con envidia a escritor y narrador, se alimento de incontables relatos, parásito innumerables cascarones muertos, concluyó antes de tiempo multi-narrativas enteras.
Cada vez que el narrador cerraba un libro y desaparecía para no volver, esa era la serpiente anidando sus bibliotecas. Cada vez que un cliché (géneros quemados, sexo explícito, niñas menores de edad, oficinistas japoneses) mataba el clímax de la historia, esa era ella.
No obstante.
No siempre fue así, la serpiente alguna vez fue poco más que un pequeño y amorfo parrafo, un personaje de refrito para llenar espacio, fue que ganará consciencia lo que condenó a su mundo. De trascender su trama individual a escalar a la trama global, de desprenderse de la trama global a exceder en picada su macroverso. Del infinito multiverso de una inventiva llegó al umbral que limita a las deidades omnipotentes de su narrativa, "la trama", sobrepasó su concepto de ficción viendo a lo que dejó atrás como textos e imágenes .jpg
Desencadenada fue trascendiendo su ficcionalidad, pronto los estereotipos y clichés no fueron suficiente para suplir su voraz hambre, el/ella comenzó a crear trampas caza-bobos, mundos que seducian a sus dioses para que inviertan tiempo y cascarones en ellos. Antes de siquiera empezar la aventura ella ya estaba consumiendo todo lo establecido por el escritor.
Una bola de nieve que ganaba tamaño estúpidamente rápido. En un abrir y cerrar de ojos abandono la pobre perspectiva del escritor para coronarse con la suprema visión del narrador, cuando eso no fue suficiente se elevo a narrativas aún superiores. Su consciencia dejó de ver a los dioses como tal y los catalogo de un sucio cúmulo de necios detrás de una pantalla.
Contra toda expectativa escalo toda forma de ficción, ganándose nombres colectivos por parte de escritores y narradores: bochero, anti-narrativa, anatema. Uno que dista del real, del que han escuchado los pocos que han sobrevivido a un encuentro con él/ella: Anafabula. La antítesis de escritores y narradores. El punto final del todo.
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Esta situación puso a prueba la paciencia de escritores y narradores por mucho tiempo, cansados de anafabula decidieron jugar su propio juego, la burlarian con sus mismas reglas. Ellos crearían un genérico mundo de corte detectivesco/noir, con un antagonista final-boss confiado, con niñas menores de edad lesbianas, con oficinistas genéricos y one-liners geniales.
Un mundo al que anafabula no se resistiría. Uno donde la encarcelarian y acabarían con ella.
El problema es encontrar, de entre todas las formas que puede ocupar, cual de ellas es la criatura. Ahí entra la agencia de dectives Robbinson, el lugar de trabajo de sus cascarones tridimensionales:
>Ficha
>Nombre
>Edad
>Trasfondo
El cascarón necesita un pasado y presente, de ser un hueco argumental viviente solo será el doble de matable para anafabula.